"El milagro del Camp Nou", asi se denomina la Final de
UEFA del Año 98-99, el 26 de Mayo de 1999 ante 90.014 aficionados en el Estadio
Camp Nou, se vivio una de las Finales mas dramáticas de la UEFA Champion
League.
Ya en los descuentos cuando el Bayer Munich acariciaba la Copa, con
Goles de Sheringham y Solskjaer el Manchester United de Alex Ferguson ganaba su
Segunda Copa.
El
Manchester United presentó para la final una formación 4-4-2; el capitán Peter
Schmeichel en portería, Gary Neville, el neerlandés Jaap Stam, el noruego Ronny
Johnsen y el irlandés Denis Irwin. El centro del campo era conformado por el
galés Ryan Giggs, los ingleses David Beckham y Nicky Butt, con el sueco Jesper Blomqvist.
El ataque era reservado para la pareja habitual: Andy Cole y Dwight Yorke.
El
Bayern presentaba una formación similar a la que había ganado las Copas de
Europa en los años 70', tratándose de una formación 4-1-2-3; el portero Oliver
Kahn, los defensas Markus Babbel, Samuel Kuffour, Thomas Linke y Michael
Tarnat, con Lothar Matthäus en la posición de líbero, tal y como había hecho
Franz Beckenbauer antaño. El centro del campo lo ocupaban dos jugadores de
corte distinto: Jens Jeremies y el irregular y talentoso Stefan Effenberg. El
ataque lo formaban tres delanteros: Mario Basler, Alexander Zickler, y como
delantero «tanque», Carsten Jancker.
Un
minuto glorioso, quizá el más dramático que jamás ha visto la Copa de Europa,
llevó al Manchester de la derrota a una victoria colosal por su significado,
por el fragor que provocó, por el brutal impacto que tuvo sobre el Bayern y su
hinchada, que se consideraban ganadores de la final a falta del último aliento.
No tenían dudas de su triunfo después de su esforzada defensa de la ventaja que
había tomado el equipo alemán en el puro arranque del encuentro. Pero el fútbol
tiene una parte indescifrable, que va mucho más lejos de la lógica o de los
méritos de cada cual. Por una vez, el fútbol alemán tuvo que tragarse el sapo de
una derrota en el último minuto, ellos que tantas veces han dado boleta a los
partidos cuando no hay tiempo ni manera. Son guiños de algo que no es otra cosa
que un juego, y eso tiene de maravilloso, por su capacidad para provocar
emociones imprevistas e intensísimas.
Cómo
podría pensar el Bayern en una derrota cuando había defendido con firmeza su
ventaja inicial, cuando había llevado al Manchester a un clima de ansiedad que
parecía invencible para los ingleses, cuando habían rematado al palo en dos
ocasiones, producto de un partido que se había roto y que, sin duda, parecía
destinado al gran palmarés del equipo alemán. Pero todo cambió de forma
instantánea, en el minuto final, con dos suplentes como protagonistas. Ya sólo
se oían los cánticos de la hinchada del Bayern cuando Sheringham metió la
puntera en una jugada confusa, medio disparatada, como todo lo que sucedió en
ese minuto indescriptible. Estalló la afición del Manchester, satisfecha por un
empate que terminaba con la agonía de un partido dificilísimo para su equipo.
Aquello sólo fue el preludio de un momento que pervivirá en la historia de la
Copa de Europa. Porque ese córner sacado con la maestría habitual por Beckham
pilló a la defensa del Bayern en estado de conmoción. No se habían recuperado del
impacto del empate y nadie marcó a Sheringham, que prolongó hacia el segundo
palo, donde Soljskaer metió la puntera ante la pasividad de los zagueros. Nadie
supo si aquello era realidad o ficción, porque aquel instante desbordó
cualquier previsión de los jugadores o los aficionados. Pero la pelota entró, y
los jugadores del Manchester corrieron a celebrarlo con un entusiasmo
escandaloso. Y en el otro lado, los jugadores del Bayern no encontraban
explicación para una catástrofe sorprendente. Tirados sobre el césped, presos
de una terrible perplejidad, querían pensar que aquello sólo constituía un mal
sueño. Pero no era así. El Manchester se había alzado con la Copa después de 31
años de larga espera. Lo había hecho en un minuto glorioso, el último de un partido
emotivo pero discreto hasta aquel momento eléctrico.El Manchester acababa de
completar una temporada incomparable. Los tres grandes títulos (Liga, Copa y
Copa de Europa) eran suyos, y ninguno procuraba tanta satisfacción al equipo y
su gente como éste.
El
Bayern había salido a jugar con un gol de ventaja, obtenida en el tiro libre
que transformó Basler en el arranque del partido. Antes de que el duelo
comenzara a cobrar matices, ya estaba casi todo dicho. El Bayern decidió
administrar el tanto con un fortísimo aparato defensivo. El interés del equipo
alemán radicaba exclusivamente en la fiabilidad de sus marcajes. Lo demás quedó
reducido a un ejercicio de resistencia y desgaste sobre un rival que pagó muy
caras las ausencias de Keane y Scholes. Al primero, por presencia. Al segundo,
por su inteligencia. Las dos bajas provocaron una discutible decisión de
Ferguson, que trasladó a Beckham del ala derecha al eje del equipo. No hubo
duda sobre la actividad de Beckham en el juego. Fue el mejor del Manchester en
todos los aspectos, por participación, por clase, por claridad. Pero en el
balance de pérdidas y ganancias, su equipo salió dañado. Giggs, un excelente
extremo izquierda, jugó en el costado derecho, contra su perfil natural. Y en
el otro lado, Blomquist se borró de manera descarada. Sin capacidad para
proyectarse por las dos bandas, el Manchester facilitó las cosas al Bayern,
tapadísimo en su campo y con el ojo puesto en los espacios que dejaban los
ingleses en su ansioso despliegue.
El
cambio de Blomquist por Sheringham era irremediable. Con Sheringham, el
Manchester ofrecía al Bayern la posibilidad de un partido roto, con todos los
beneficios posibles para el equipo alemán, que estuvo muy cerca de dar el
finiquito a los ingleses en dos remates al palo. Pero el Manchester aceptó ese
problema. Quería que el encuentro sólo se jugara en las dos áreas. Entró
Solskjaer para hacer más redundante esa cuestión. Con tres delanteros, y Giggs
y Beckham en los extremos, el Manchester apretó hasta el final, con la fe de
los que saben que el fútbol es un juego. Convencido, en fin, de que en un
minuto hay lugar para lo impensable. Para la gloria.
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